miércoles, 11 de enero de 2012

Respetar



Hoy en día, afortunadamente, se habla mucho de respeto. De asumir opiniones y actuaciones ajenas aunque no se compartan. Bueno, está fenomenal eso, pero sería aún mejor si por dentro de cada persona, el respeto fuese real y –realmente, valga la redundancia- no supusiese un problema. Sin embargo en muchas ocasiones lo es, sobre todo cuando de relaciones personales se trata.
Todos estamos llenos de carencias infantiles. Por más que se idealice la infancia es un período realmente duro, donde sentir la incomprensión de los que te rodean es algo que forma parte del día a día de un niño: en casa, en el colegio, en la calle. Se compensa por la inmensa capacidad de vivir en el presente y seguir adelante que poseemos de niños. Pero, en mayor o menor medida, todo el mundo sufre de pequeño, y va generando su inconsciente, ese lugar donde entierra aquellas cosas que duelen demasiado para ser toleradas conscientemente. Es en ese lugar de nuestra mente donde se registran nuestras carencias. Y en ese lugar nos quedamos siendo niños lastimados. Por eso, de mayores a veces nos comportamos como niños heridos y exigimos lo que nos faltó a quien no tiene por qué dárnoslo, entre otras cosas porque ese alguien también tiene su universo complejo dentro de sí. Como dijo Platón: "todo el mundo con quien te encuentres está librando una gran batalla". Y podemos añadir que es a dos niveles: consciente e inconsciente.  
Una vez situados lo único que nos queda es crecer interiormente, superar lo que en su día no teníamos capacidad de superar, porque hoy, como adultos, tenemos herramientas. Y si no lo superamos, va generando embrollos continuos con aquellos a quienes más queremos. Cómo hacerlo: yoga y meditación, psicoterapia, rebirthing… hay mil maneras, cada uno debe encontrar la suya. Lo importante es buscarla.
A medida que nos vayamos convirtiendo en adultos reales, que hayamos sanado al niño lastimado que llevábamos dentro, sabremos lo que es el respeto más profundo. Sabremos lo que es dejar que cada uno tome sus decisiones con plena libertad. Y dar plena libertad es quitarnos de en medio. Una decisión ajena te puede gustar, no gustar, encantar, doler o hacerte llorar. Pero por más duro que resulte leerlo, ése es tu problema: llora, ríe, deja que tu cuerpo responda, pero acepta lo que hay, comparte lo que puedas compartir, habla lo que sea oportuno y vete si no te compensa; sea como sea,  en ningún caso pretendas influir en las decisiones ajenas, porque entonces estarás poniendo condiciones a la libertad del otro. Esa libertad no será real, y esa relación tampoco, estará condicionada por un niño dolido en tu interior.
Una relación sana es aquella que hace crecer a quienes la componen. Lo demás, es disfuncional. Una relación sana lleva por delante un “tranquil@, haz lo que necesites hacer” mientras que quien escucha estas palabras sabe que tú también vas a hacer lo que necesites. Ésa es la verdadera comprensión del otro. Créeme que las relaciones –del tipo que sean- entre dos personas realmente libres, están llenas de amor. Porque el amor es un flujo y las cosas fluyen cuando no hay barreras.  Asume la responsabilidad de tu actitud, ejerce tu libertad interior y… déjalo fluir.

2 comentarios:

  1. Muchas veces en las relaciones de pareja si no se hace siempre lo que el otro quiere, o no se le da la razón se enfada, y eso no tiene que ser asi unas veces tienes razon y otras no y no hay que darsela, si se enfada ya se le pasara y si no no te convenia, hay q compartir, respetar y querer, y con los amigos pasa lo mismo. bss Almu evitasummers

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  2. Gracias por tu aportación, Evita!! "Compartir, respetar y querer"... me gusta ;) Muchos besos!! :)

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