viernes, 6 de abril de 2012

Los chicos no lloran (Miguel Bosé, 1990)

Vivimos en una sociedad que ha despreciado una de las expresiones más liberadoras de las emociones humanas: el llanto. Llorar y reír son dos sabias expresiones del cuerpo que lo sanan bioquímicamente, lo calman si es necesario, reducen la presión de una emoción dejando que aflore, para que no se estanque. Y es que una simple emoción puede romper todo el frágil equilibrio homeostático de nuestro organismo, pero su expresión fluida mediante una carcajada, una lágrima o quizás tan sólo una palabra pueden recuperarlo en el instante. Sin embargo, parece ser que vivimos en una sociedad de “fuertes”, donde está mal visto llorar, peor que te vean hacerlo… Y así vamos machacando nuestro cuerpo, llenándolo de tensiones y sobreexponiéndolo a una química alterada por un cerebro que sabiamente suelta sus neurotransmisores para indicarte mediante un nudo en la garganta, un dolor en el pecho o un vuelco del estómago que es el momento de procesar un sentimiento… negándonos a ello. Bonito desprecio a la sabiduría de la vida. ¿Lo peor? Que nos acostumbramos a esa química y pensamos que es la normal. No, no lo es, sólo que el cuerpo se adapta, bloquea el diafragma, tensa los músculos del cuello o se encorva al andar, con efecto acumulativo, hasta que esos patrones se fijan en tu memoria corporal.
10 sesiones de “Rebirthing”, 10, me costó a mí reconciliarme con mis lágrimas, aceptarlas, sanarlas. Me trajeron recuerdos que había procesado con la mente pero cuyas emociones no había dejado fluir a través del cuerpo. Allí estaban mis lágrimas, esperando a ser lloradas. Y al fin las lloré… y mientras, observaba cómo al hacerlo perdían su poder. Aquellas emociones no procesadas consumían mis energías porque ya era un hábito inconsciente retenerlas ahí; después de tantos años había olvidado que aquello no formaba parte de mí, que no tenía que esforzarme por retenerlo… lo hacía día a día, momento a momento, sin darme cuenta, y eso me agotaba. Habría bastando con llorarlo en su día, pero no lo hice, porque yo era fuerte, o porque más bien era tan débil que no podía enfrentarme a ellas... era pequeña, o quizás no tanto.
Porque así es, los fuertes son los que asumen todas sus emociones, sus contradicciones, las miran a la cara y dejan que salgan, y entonces las emociones se marchan, y ell@s siguen adelante con la frescura de cada amanecer.

Tenemos un maravilloso cuerpo al servicio de nuestra vida emocional, nos ayuda a expresar, a guardar, a reír, a soñar, a experimentar toda la intensidad de quienes quienes somos, parte de la Vida que late en todo lugar, que es mucho más rica y más inmensa de lo que podemos llegar a comprender con nuestras mentes. Dale espacio a tu cuerpo, a tus emociones, ríe, llora y sobre todo, deja que los niños lloren, porque ellos no tienen otra forma de expresar su frustración, su dolor, su impotencia ante un mundo grande sobre el que no tienen control alguno. Hemos idealizado nuestra propia infancia y se nos olvida que ser niño y no tener control sobre tu vida no es nada fácil. Ojalá algún día nadie diga eso de “los chicos no lloran”, ni ninguna de sus variantes femeninas como “te pones fea cuando lloras”. Cuántos problemas nos ahorraríamos de adultos…cuántos.
Ahí va el genial dueto Bosé-Summers del álbum "Papito" de Miguel Bosé:

Video subido por ierogamos

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