Noto tensión en el plexo solar.
Eso significa que no estoy dejando fluir una emoción... Paro, me tumbo si
puedo, respiro hacia la tensión, aflojo... Doy permiso a lo que quiera que sea
que suba, sin miedo, dejo que viva, lloro si hace falta y sigo. Sé que pasará
si la dejo vivir.
Eso es Yoga. Me paso la vida
enseñando a hacerlo y cuando toca aplicarse el cuento, sigo aprendiendo. Es
otra manera de vivir... sin huir del presente. Porque luego todas esas
emociones no enfrentadas que generan tensiones, se van quedando en ellas, el
músculo pierde capacidad de relajarse del todo, va tirando de tendones y
huesos. Y los cuerpos, poco a poco, se van deformando... Se acaban convirtiendo
en un montón de emociones no enfrentadas que generan dolores físicos donde sólo
tuvo que haberlos psíquicos... Así es, así funciona. Estoy cansada de verlo. En
cambio a mi maestra Pila, a sus ochentaitantos, jamás le dolía nada.
Porque todo eso es evitable con un buen Yoga, que a base de asanas (posturas) o, como en este caso, simple toma de conciencia mediante la respiración, permite liberar el sistema musculo-esquelético, perder miedos y soltar amarres. Seguir siendo flexible como cuando eras niño, dejar de cargar con emociones desfasadas. En definitiva, volver a abrirse a la vida en toda su plenitud. Porque merece la pena, todos sabemos que en el fondo es demasiado bella como para perdérsela.
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