viernes, 14 de febrero de 2014

Nubes


"El valor no consiste sólo en vivir en ausencia de miedos. Se trata, ante todo, de vivir con el coraje de enfrentarse a ellos."
 
 
Tiene treinta años; empezó a venir a mis clases hace uno porque se lo recomendó un amigo para tratar su ansiedad. Cuando llegó vi a una chica tan dispuesta a trabajar como asustada: en cuanto el flujo de las secuencias de Yoga la llevaba a lo que para otros alumnos era ya un delicioso estado de interiorización, de estar a gusto consigo mismos, ella entraba en ataque de ansiedad. Su mente percibía ese estado como una amenaza. Durante las primeras clases la invité a respirar el momento y seguir… Y ella lo hacía, y me consta –porque yo también supe lo que era la ansiedad en su día- el esfuerzo de voluntad que eso le suponía. Al rato el ataque de ansiedad pasaba, y ella, como aprendimos todos los que hemos superado la ansiedad en algún momento, aprendía una vez más que la alarma era falsa. Pero eso por sí solo no basta para curar la ansiedad… basta para controlarla, pero no para superarla. Y en su caso el problema era el pánico a mirar hacia dentro, cosa que es solución en muchas otras ocasiones.

A las pocas clases me contó la razón de por qué le ocurría: había estado en varias terapias antes, y en la última habían forzado recuerdos reprimidos a subir a la superficie. Uno de ellos empeoró las cosas: “vi una mancha negra que se me llevaba… se me llevaba… no te lo puedes imaginar, era un pánico ancestral… no lo pude soportar… No sé qué hay dentro de mí.”. Su terapeuta no había sabido qué hacer con ese recuerdo y tuvo que dejar la terapia. Y desde entonces vivía aterrada con su interior.

Pero si había llegado hasta mis clases y seguía viniendo era porque ella misma sabía que la única solución estaba en enfrentarlo. Tuvimos una sesión individual, yo le hice algunas preguntas y a los pocos minutos llegamos a una etapa de su infancia de la que no recordaba nada:

- ¿Nada? ¿No recuerdas nada?
- No
- Pero algo tienes que recordar, una imagen, un sonido… algo.
- Bueno, sólo recuerdo cuando me operaron de las anginas…
- Y ¿qué recuerdas de eso?
- Pues sólo la mascarilla de goma negra de la anestesia que venía hacia mí…
Ahí estaba…
- ¿Qué has dicho?
Me lo repitió de corrido y sin pensar:
- Que sólo recuerdo la mascarilla de goma negra de la anestesia viniendo hacia mí…
- ¿Y cómo era la goma?
- Negra… En ese momento su cara cambió, y pude ver la comprensión en sus ojos muy abiertos y sorprendidos.
- Ahí tienes tu mancha negra que se te lleva.
- Nunca lo había relacionado... estoy... estoy flipando... No lo había relacionado...
Y así es, no relacionamos cosas obvias porque en nuestros recuerdos permanecen rotas, separadas. Una niña de 6 años vio la mascarilla de goma negra en un momento de miedo y después perdió el conocimiento. Suficiente para no poder gestionar ese recuerdo: todo el terror quedó guardado en imágenes ligeramente deformadas y la sensación para el inconsciente fue de muerte; por eso el pánico que ella describía como “ancestral”. Después de la operación todo el mundo esperaba de ella que siguiese como siempre, y así lo hizo. Pero el terror quedó profundamente enterrado… Y muchos años después empezó a molestar… probablemente porque ya estaba lista para procesar el recuerdo que en su día no pudo procesar. Así sucede. Así sucedió en su caso.
Ha pasado un año. Ayer mismo la felicité. Su ansiedad ha mejorado notablemente y ahora disfruta explorando su mundo interior; viene mucho a clase y cada día descubre algo de sí misma. Como nos ocurre a todos, tiene mucho por conocer… pero poco a poco el camino del autodescubrimiento va disipando los miedos y permitiendo que el presente, nuestro regalo, fluya con todo su brillo.
No dejes que miedos obsoletos te impidan respirar un ahora nuevo. Son sólo nubes. Deja que llueva con mimo, y se irán. El sol te espera detrás. Siempre.
 
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(Imagen: DanzandoConElUniverso) 
 

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